martes, 31 de agosto de 2010

Tono y simpatía.

Un previo informal:

Me gusta como lucen estas letras y estas palabras. El proceso de escribir es un asunto que guarda muy poca seriedad. Uno se detiene en una idea y busca plasmarla, fracasando tantas veces como peces tuve a los trece. Quiero acotar que no entiendo por qué demonios siempre necesito darme una especie de preámbulo para hablar de lo que en verdad quiero. Esta característica es para algunos bastante molesta y para mi misma un proceso que ralentiza el aire y lo densifica sin ninguna necesidad. Basta. No más. En verdad escribir constituye una actividad hecha por y para gente con problemas de retraso grave. Lo que yo hago es pensar en letras que traducen lo que logro hilar en mi cabeza. No es lo mismo. Mi hilo es de estambre, se deshace con facilidad y es barato. Varía de color.


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Estar fijo. Ser acariciado. El viento suave, la llovizna. Los tenues rayos de sol, el sentimiento familiar en la nuca. Las carencias que se dejan sentir en las manos. El sueño y la falta de descanso que suavizan lo que hay entre alguna frontera del universo y los ojos. Lo suavizan porque con poco descanso se es menos sagaz, pero quizás más dado a la absorción. Bienvenido seas "día siguiente". Respirar profunda y suavemente mientras el agua riega el piso vegetal. Alimentarse de los aromas y drogarse tan sólo un poco con todo a la vez. Estimularse. De verdad hay muy poco de sexual en cada hecho aislado, pero el conjunto llega a ser seriamente seductor.

Y entonces nacido de lo que (visto desde afuera) parece una azarosidad macabramente calculada, llega el bastardo impulso: ese híbrido entre gatos ágiles que cazan afecto y águilas libres dadoras de coraje. Familiar. Lo veo acercarse taimado en medio de mi calma, y como siempre aguardo su choque. Dejarlo llegar y acomodarse en la zona más inmadura del cerebro, sólo sirve de prueba fehaciente de una debilidad en la (mi) personalidad, tan grande, que luego hay que pasarse meses tratando de huirle al castigo de una eternidad repetitiva. No es símbolo de que se tenga una mentalidad abierta, ni mucho menos un carácter emancipado. En definitiva apoya un comportamiento permanentemente dinámico aunque resulte muy molesto lidiar con sus consecuencias.

Uno está de pie o sentado o dormido y sin poder evitarlo, ataja el impulso en el aire. Lo tiene ahí como una pelotita de luz que pretende ser especial. Su calor quema las palmas de las manos extrañas a él, pero esa sensación de ardor constituye justamente la delicia de la que se nutre el ego hambriento de juventud. Si se presta atención constante y serena mientras la respiración lenta deja que cada célula del cuerpo se deje invadir por el veneno celeste del impulso, es posible sentir las palpitaciones del mismo. Cada uno tiene un distinto paso, una forma peculiar y única de volar sesos y matrimonios, entre otras cosas. Claro que no es gran mérito hacer estallar un matrimonio, bastará con concebirlo en idea y enseguida empezará la cuenta regresiva. Tic, toc.-

Cuando parece que han pasado diez horas, el minutero se mofa del tiempo y lo hace con un desgaste de apenas dos minutos de presente pasado. El impulso titila fresco ahora en todo el cuerpo y no hace falta mucho más que el amanecer para que empiece a vibrar afuera también. Con el primer rayo de sol, despierta luego de consumir todas las energías existentes en la carne que infecta, y pone en marcha como un zombie tras su presa a ese envase de órganos que ahora funciona sólo gracias al movimiento generado por la sed.

Una vez ahí, el resto es de lo que se escriben los grandes libros de romance, locura y crimen organizado. Los misterios más profundos tras las urnas, los muy impresionantes arrebatos de romance tardío, el héroe mejor apostado en el lugar preciso del desenlace. Las conversaciones profanas y las congojas profundas.

Sobretodo, el terror de los besos prohibidos tras los cuales escalofríos de dudas recorren mentes que terminan sumergidas en tormentas inasibles. Cosas de esta índole. Todas ellas con nosotros, gobernadas por objetos del mismo carácter culposo y llamativo.

Menuda cosa mon amour. Digna de unas cuantas cenas silenciosas a tu lado, o a tus espaldas, y unos diez minutos de buena comedia. Si supieras que siempre te dejo una pista por ahí tirada, no tendría sentido. Armarías todo y matarías mi impulso.

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