martes, 14 de diciembre de 2010

Estudiando.

Bloqueo mental total para escribir a menos que se trate de una experiencia propia, de un sentimiento demasiado frontal. Me pregunto si esto es realmente lo que quiero hacer en un futuro no tan cercano, no tan lejano. Un ejercicio, un tema, un motivo para empezar a escupir palabras. La gran diferencia entre narrativa y poesía y los distintos entramados que hay en cada uno de los dos mundos. Ah, cuán sofisticado el mundo de la escritura, tan selecto y superior. Mis polainas. Hay rones con los mismos adjetivos, y son baratos.

Lo que necesito es caminar mucho, salir y tomar sol y aire y agotarme físicamente. Me encuentro en este momento escuchando una música que enrarece un poco mi ambiente, pero que noto me es fácil dejar de escuchar. Cosa que jamás me pasa con los Beatles. Este modo de escribir las cosas a modo de confesionario me hace sentir que soy Elena y no me gusta. Qué hastío.

Me preocupa sobremanera mi facilidad para enamorarme. Para dormirme también. Para conseguir un orgasmo, lo mismo. Para infinidad de cosas que parecen perder su belleza sólo porque las consigo fácilmente. Es frustrante tratar de proyectar siempre lo maravillosas que me parecen aunque la cuestión de la sencillez se me dé respecto de ellas.

En muchos casos las cosas que se dan fáciles pierden algo de grandiosidad. Las que acabo de nombrar y otras, para mi persona, no. Para nada. Necesito enfatizar esto.

Siento que me estoy defendiendo pero no es así. Siento también que me estoy explicando con alguien, tampoco eso hago. Busco tranquilizarme de un modo muy vulgar y lo hago escribiendo estas sandeces. En lugar de escribir un cuento, no sé. Algo un poco más trascendente y globalizable. Qué cantidad de mierda tiene uno en la cabeza.

Quiero dar cosas todo el tiempo y la sola existencia del impulso me resulta repugnante. Me hace pensar en una tendencia baja a querer hacerme recordar, a siempre querer exponer todo, a dejar poco a la imaginación. Odio la sobre exposición. Amo la reserva, al menos respecto de mí. Critico en exceso mi falta de capacidad para guardarme cosas, cada vez que me ocurre. Dicha crítica es extensible a otras personas, y eso es un defecto que poseo. Me siento muy a gusto con él por demás. Me hace sentir tontamente superior (modo comemierda on) a personas como Leonard por ejemplo. Es un modo de discriminar supongo. No tan fuerte como discriminar por mala ortografía, pero igual.

Aún así me hallo en un punto donde me place incluso pensar y planificar las cosas a dar. Soy un exceso andante. Dios mío, me odio tanto que me cuajo de risa. Cuajarse de risa es asunto serio por cierto, genera espasmos y dolor abdominal muy severo. Hacer en compañía de un adulto.

No creo que me provoque decir algo más. Mi precocidad a nivel emocional es vergonzosa. Es todo.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La noche de las estrellas. 2 de Diciembre de 2010.

La playlist random del año clasificada como una de las más "no-parece-random".

Comienza con:

Scenic World (Second Version) - Beirut.
Icky Thump - The White Stripes.

Intermedio:

- Conversación acerca de la importancia rara que G2 le da a las playlists.
- Momento en la plaza, navideño.
- Allegra en el techo de alguien más.

Continúa con:

Fixin To Thrill - Dragonette.
The Mule - Magic Numbers.
P.S You Rock My World - Eels.
I Think Ur A Contra - Vampire Weekend.
Taxman - The Beatles.
Te Doy Una Canción - Silvio Rodríguez.
This Is Not A Competition - Bloc Party.
Digging My Potato - The Seatbelts/Yoko Kanno.
Hello - The Seahorses.
You've Got The Love - Florence and The Machine.
Blood, Tears and Gold - Hurts.
Hibernatus DVD - Sexy Sushi.
Hermana Duda - Jorge Drexler.
Fashion Awards - Eels.
This is your life - The Killers.
Hey Jude - The Kennedy Choir.
Honky Tonk Woman - The Rolling Stones.


Habla por sí sola.

Feliz Diciembre nena.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Make light. A tu modo.


Un orgasmo recetado.

Ideas de vocablos desconocidos.

Seducción nunca abiertamente jugada.

Capacidades de confusión.

Llamados necesarios.

Relaciones turbias.

Más seducción inalcanzable.

Poco control de los filtros.

Dios mío, lo que hace el ron.

Eres todo eso y más, y menos.

Justa medida de la percepción contra la globalización.

Un país, un durazno, un carro, un viaje.

Al final, como siempre me recuerdas, defenestración, así sea a diez centímetros del piso.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Stupid Jellyfish




Breve.
Para combatir con poca violencia y un silencioso movimiento hacia adelante:

●Escamar los días. Volver polvo los lunes y recalcar, una vez más,
cuánto ha llegado a detestar(los).

● Dormir a través de la ventana.Servil y repetitiva jornada
que discurre en el recipiente y su líquido sobre la misma medida inocente.
Pajita González.

●La gran esfera de gas acumulada año tras año y su estirada
costumbre de acicalarse frente al espejo cada noviembre.

Y para extrañar hay que volver a caer por esos toboganes flourescentes
y atiborrados de luz. Un punto más para la conciencia.

A punto de eviscerar los contratos firmados el mes aterior, se detiene,
realiza el ejercicio lógico: 1, 2, 3, 4, 5... Mantener. Volver.
Rejurgitar los verbos. Sin justificar los párrafos.
Y de nuevo, sin pertenecer a las partículas de su propio entorno.
Alucinando creaciones. Tragando agua salada por todos sus orificios.
Quemando. Atando a lo más profundo. Temiendo febrilmente a las orillas.

So stupid jellyfish.

lunes, 1 de noviembre de 2010

2 de Noviembre

Vacaciones.
De la mente.
Del cuerpo. De las deudas.
De mi madre. Las caricias. Las no caricias.
De las hipótesis. Los celos. La tranquilidad.
De mi estómago. De ti, de ti y de ti. De ti también, no te hagas.
Del desbalance. Mis ojos. Buscar.
De las noches. Los días. Los atardeceres.
Las meriendas. Los cigarrillos. Las ojeras.
La felicidad. El vino. La tristeza.
El sexo. La necesidad. El recuerdo.
Las citas. Los grupos. Mi espalda.
Los escalofríos. Las nubes. Los cantantes.
Rayuela. Los blogs. Las serpientes.

De encontrar, sobre todo, de encontrar.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Cassiopeia

Mirábanse con tanta intensidad y atención que daban la idea de buscar como resultado la disolución de acuerdos bilaterales entre naciones socialistas, o la posible toma de una villa de inocentes campesinos por la fuerza. La voz de un narrador omnisciente era capaz de detallar sus más minúsculos movimientos faciales y sin saberlo siquiera, eran títeres dirigidos por la actitud de cada palabra zurcida a lo largo de cada oración que les delineaba las comisuras de los labios.

Cabe destacar que al menos eran gramaticalmente estables. Una pareja común de cualidades nobles que comenzaba su romance desde el punto medio de un puente que a su vez, hacía un ameno camino pedregoso sobre un río que parecía estar más compuesto de acuarela que de agua y minerales medianamente salobres.

El viento, una maravilla. Tímidamente se iban reconociendo entre los silencios de su diálogo predecible. Con la ocasión de un almuerzo en fresca compañía de bambúes e insectos cantores, decidieron dejar su romántica posición en la cima del puente e ir por un paseo alrededor del parque más idílicamente ilustrable. Con el ejercicio crecía el apetito de información y comestibles. La cesta oculta misteriosamente en un árbol frondoso y apartado, era parte de la mejor parte del plan del gentil caballero. Una recursión boba que sólo agrega algo de misterio a la trama frondosa que les atañía.

Nuevos datos y risas espontáneas seguidas de rubores. Poco a poco se acercaban al sitio donde un fresco vino joven los esperaba, buscando ser el protagonista de una tarde acontecida de caricias y posibles besos sorpresa. El vino, aguardando ser bebido, generador de todo el drama posterior a aquél día primaveral y lamentado meses después. El arma secreta del escritor que mientras hablaba de su consumo, se mordía y relamía los labios, esbozando una astuta sonrisa al saber que las consecuencias de este acto desatarían finalmente la trama genial de su novela, el mayor logro de su carrera de escritor no estudiado, el próximo nobel lo más seguro.

El mundo que nunca supo absorber el rayo de virtud que lo lavaba cuando él decidía prestarle atención y dedicarle un saludo cortés, sería finalmente apabullado por la bofetada magistral de su creación intelectualmente lujosa. Y cómo no, con oraciones tan largas y complicadas de hilar. Es sabido que el ser enfático en el proceso de exponer las virtudes de creación literaria, asegura (al menos a escritores y cineastas) el éxito rotundo en lo que a popularidad se refiere. Una vez sabido, por lo tanto, es aplicado.

Y qué dicha si más cosas sabidas funcionaran del mismo modo, así requiriesen de una anormal arrogancia en su proceso de exposición, para finalmente llegar al punto de la aplicación sedosa como de pomada para golpes. Qué sentimiento tan completo el de vivir a través del bienestar que genera la seguridad personal, las ideas claras, el suelo que no se mueve. No importa tanto la falta de una sazón exótica si siempre se tiene a la mano algo de sal que aumente la sensación de vida en las papilas gustativas del usuario, sin importar si dichas papilas están en los ojos o en los dedos o en las exigencias de una conciencia altruista o en los oídos educados a lo Tchaikovsky.

Atrapado en tales pensamientos, el caballero de traje veraniego untaba lentamente la mantequilla sobre la primera rebanada de pan fresco, mientras miraba de reojo y con algo de culpa el ceviche preparado por su mujer. Compartirlo con quien pretendía sin saberlo ocupar el espacio amoroso de lo prohibido, cerraba con el primer sorbo de tinto dos cosas de un solo tiro: la traición y el título del libro. Algo casi tan mágico como una constelación aguardando ser descifrada una noche cualquiera.

Alergia.



Si nos justificamos mutuamente, me atrevo a confirmar, nos colamos entre fluidos ajenos y dejamos de importunarnos con frases caóticas.

Hablando de atar el cable a tierra. Hoy, hace calor. Nada más terrenal que el agudo subir de la temperatura a mitad del día y el destronante y brusco descenso casi accidental con que se deja caer sobre las habitaciones. Casi en reparo de algún descuido o alguna tímida protesta por tanto alboroto diurno.

Un llamado a los brazos del día. Confianza. Caer de pronto, felizmente capaz de creer en el soporte. Disfrutar de la vista al cielo raso sin nubes.

Yara, ta ta.

Por queja conocemos lo eterno y basta con una mirada fugaz al suelo para entender las causas de tanta incoherencia. Nadie quiere caer en realidad. Ni esperar tres días enteros por un sonido concertante. Convertimos todo en un pasamano. Soportes, reposos. Llanuras, qué amenas.

Las razones por las que no podemos controlarnos insisten. Pero hay escasos recortes de propuestas terminales regadas todas sobre el suelo al que nos resistimos. Venir.

Ir, por ende, bastante improbable.

martes, 5 de octubre de 2010

Siniestro evento (impunidad).

Impelido con un impulso inicial avasallante, parecía pronto a chocar contra la primera pared que se le atravesara, ignorando cualquier precaución previamente propuesta por su involuntario creador. Aunque la destrucción o cambio de forma del espacio que los contenía normalmente era algo excesivo para los de su clase, se habían visto casos en los que los daños eran inmensos y severos, tildándoseles de homicidas a posteriori.

Sin embargo la sentencia nunca era clara, pues condenarles a muerte era prácticamente imposible y aún así, lo único razonable que hacer la mayoría de las veces. El momento del Juicio siempre se engranaba como un ritual delicado al que se convocaban múltiples jueces. En principio estaba el creador o “El Pensante”; luego se unían poco a poco todos los agentes externos a los que el huésped había dado entrada en la habitación mental.

Entonces tras su primer rebote suave en la parte frontal del cráneo, el primer pensamiento de ese día sintió alivio de no haber modificado drásticamente su hogar. En general no le temía al Juicio pues se consideraba a sí mismo bueno y productivo. Normalmente se disparaba cuando le pegaba la luz de las seis y diez de la mañana y nadaba pacíficamente hasta que los malestares de las tres de la tarde empezaban a alborotar a sus compañeros de cuarto. Pensamientos nada gratos y muy abusivos para ser precisos.

Ese día pues, las cosas no fueron tan senoidales cuando la hora mala llegó de nuevo. Había superado el impulso inicial, había generado chistes inteligentes, e incluso inspirado un par de conversaciones simples y acuosas esa mañana. Pero siempre tenían que venir, y sin embargo y a su pesar, los jodidos Pensamientos Ilusos para agobiar a Pensamiento Solar. Luego de un trabajo arduo por mantener al Pensante con los pies en la tierra, nacía de pronto un caos monumental proveniente de Los Ilusos, a quienes se les antojaba empezar a rebotar por doquier cuando la tarde se adentraba. En la noche, limpieza de rigor. Aspiradora de ideas que luego desechaba todo en el archivo de lo inconsciente.

Un problema no previsto aquella vez, era la intolerancia media de Pensamiento Solar en esa ocasión. Negado ante la perspectiva de ser abusado más tiempo, había decidido hacer su reclamo sin más ceremonia y de una vez por todas. Porque la cuestión era que cada vez que un Pensamiento Iluso rebotaba en la cabeza del Pensante, solía ocurrir una nueva deformación en alguna pared de la testa, y así cualquier orden logrado hasta el momento se podía fichar de una perpetua fragilidad carente de constancia alguna. Pero Pensamiento Solar trabajaba sin descanso desde el alba, todo día existente.

Los reproches comenzaron a exaltar más y más a los Pensamientos Ilusos de la tarde en cuestión. Mientras la discusión entre orden y libertad se intensificaba al ir y venir de los rebotes, la actividad cerebral crecía y un Dolor de Cabeza tocaba la puerta de la sala enérgicamente. En el punto álgido de la discusión un Pensamiento Iluso argumentó con un rebote más bien violento, que su existencia estaba totalmente basada en el apego y la lógica. Proclamándolo su lider, los demás lo siguieron en su argumento y decidieron que la mejor idea era saltarse la posibilidad de Juicio ese día en particular. Siniestro evento.

El canibalismo mental es algo poco visto entre los pensamientos. Mas esa vez Los Ilusos hicieron un pacto del cual nunca se habló de nuevo. Se comieron a Pensamiento Solar a mordiscos de libertad y futura paz, quitándole así la tierra del día siguiente al Pensante quien, por demás, sintió una grave desorientación al despertar pero ninguna sospecha de los hechos ocurridos el día anterior. Es así como de vez en cuando sucesos tales quedan impunes en tantas, tantas cabezas y como si nada.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Reclamo de una mitad.

- Ya estuvo - tuvo que decirse.

Se paró del asiento, mullido de tanto sostener en sus cojines viejos su humanidad revuelta. El fijo rencor que sentía, buscaba hacerle salir de sus cabales y gritarle de vuelta novelescas barbaridades. Caminó hasta la puerta de la casa y antes de abrirla se sonrió. Era tan claro en ese momento que el hecho de sus vidas estaba colapsando una vez más, que no hizo falta un anuncio, ni una búsqueda de justicia alguna a la consecuencia del abandono. Era evidente.

El ruido desordenado continuaba adornando el fondo auditivo de la escena que los dos componían. Tras dar el paso que rebasó la frontera de la puerta, la sinfonía entró en su crescendo. Bono extra, un vaso quebrado contra el marco. En cámara lenta los trozos de vidrio decoraron la entrada con gracia. No le costaba entender. Podría arreglar todo con una sola oración, con un gesto. Con la disposición grave del arrepentido que tardíamente nota su insolencia y lo vil de sus fechorías.

No él. Él estaba contento y muy a gusto de sentirse traidor. Siempre insatisfecho con lo que poseía, sintiéndose constantemente desposeído de algo más, optaba por usar a los objetos de su afecto. Y lo seguiría haciendo. Entonces, debía marcharse en ese momento. Debía dejar esas llaves ahí mismo y contar sus pasos hasta la calle donde tomaba el bus. Debía despojarse de los rastros de su olor. Porque estaba enamorado y eso constituía una compleja y bien formada montaña de mierda.

Al ocurrir esto, el juego se anulaba bajo la fatalidad del cariño. Lo único que lo hacía alejarse era la comprensión de lo vulnerable que estaba la otra persona, el pacto prohibido que al ser roto rompía el contrato. Jamás la vería de nuevo, no la buscaría. El recuerdo se encargaría de revivir en él cualquier añoranza necesaria para sosegar la desesperación de su ego mal acostumbrado.

Antes de soltarse del último ruego y dejar como única evidencia las hilachas de su camisa entre los dedos desarmados, sacó del bolsillo el disco que confesaba con calma y sin mayor problema su desenfreno por ella; cinco misiles sin letra y una pizca de silencios. Lo contempló en su mano por un momento y decidió que lo mejor era romperlo por la mitad, porque un disco nunca es sólo del que lo da o lo recibe y su representación física sí tiene un peso significativo. Dejó una en la alfombra. Metió en el mismo bolsillo la otra. Finalmente era buen momento para partir porque era un idiota, porque le gustaba lo teatral y los recursos literarios convencionales. Además odiaba con ardor al conserje que ya venía a ver qué pasaba.


sábado, 18 de septiembre de 2010

Rosa plástica y conquista.

Tomo la cucharilla plástica y rosa entre mis dedos, cargados al máximo de la inercia natural que cada martes trae desde que decidí hacer algo con ellos.

La enfrento animosamente a la mezcla de helado cítrico y borracho que es su destino, y empieza la discusión entre el consumo y la preservación a costa de la temperatura.

El helado se resiste a ambas cosas. "O derretirse o ser consumido" son sus posibilidades y aún así persevera en la búsqueda de algo más. Un clima amigable, una poca de simpatía por parte del destino. No ocurre y no puedo asegurar si él lo lamenta más que yo.

Parchita soluble entre saliva sucia. Todo un día de labores y diálogos falsos haciendo el ejercicio de distinguir la suavidad de la fruta entre la grasa y el mantecado agregado para su mayor disfrute. El frío que quema placenteramente el cielo de la boca, generando el ejercicio mental natural de resistir el dolor para alcanzar la gloria. La concepción de los orgasmos verás, es algo bien ensayado desde la niñez.

De preferencia elijo por el día el gusto del ron con las pasas para combinar con la fruta pasional, sabor que aparentemente no es muy popular entre las personas a las que soy afecta. Muerdo las pasitas frías que encubren el secreto del ron y no puedo guardarme el gesto de gusto que cierra mis ojos involuntariamente cuando la minúscula explosión ocurre. No se deben tratar estos placeres y enseñanzas ligeramente. Una pasa sabor a ron guarda en ella paciencia disponible al público. La cuestión es saber que ése es uno de los métodos de distribución, ahí, tan alcanzable, tan a la mano del consumidor.

Luego de degustar el primer bocado caigo en cuenta de la noche que me rodea y siento cierta inquietud de mi estadía hasta tan tarde en la plaza esa de siempre. Con mi lengua jugando a seducir el paladar que la encarcela, trato de medir mi resistencia al frío. Me pregunto si hacer el ejercicio de degustar todo el helado en su cualidad cremosa y glacial me ayuda de algún modo a hacer otras cosas de un mejor modo. O más cuidadosamente. No hay que ser tan explícito la verdad, pero vale la pena acotar la curiosidad.

Ha pasado tanto tiempo ya entre un bocado y el otro que la cucharilla empieza a derretirse. El plástico caliente y rosado me cubre la mano invasivo, pegostoso. No quema pero el calor es intenso. Mi vista sólo se deja abrumar en el proceso, fastidiando de nuevo mi precaria atención. Poco a poco el caucho me recubre completamente y empieza a meterse por los poros de mi cuero cabelludo con algo de violencia. Aunque quiero expulsarlo hay un problema: ya corre en mi sistema el helado, y el plástico de la cucharilla empieza a buscar en mi los rastros del consumo culposo.

Aparentemente, los heladitos de tinita no pueden vivir sin la cucharita de plástico con la que vienen en combo. De haberlo sabido antes, hubiera tomado la siguiente porción de helado con más prontitud para evitar la exasperación de la cucharilla macabra, que para mi mejor estar tenía que haber sido celeste en lugar de rosa.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ipso Facto.

El tránsito nocturno obliga a agudizar la visión.

Hay despertares a cada momento: Hace menos de siete segundos, una doliente nota taciturna logró alcanzar mi silencio y lo ha sorprendido. Ese día llegará, querida. Y cuando llegue, permíteme ser testigo de tu felicidad. Es todo lo que puedo decirte ahora.

***

Mientras tanto, obviemos lo obvio y seamos más desesperados.

Coloquemos las manos alrededor del cuello del encanto. Decidamos qué hacer luego.

Si surge el desenfreno, ya habrás cruzado la barrera y serás parcialmente libre, hasta que des vuelta a la esquina.

A saberes, nos tornamos más grotescos cuando apagamos las luces. Vivimos al filo en la oscuridad. A lo interno, sin temerle.

Permanecemos demasiado tiempo a escondidas y luego queremos salir a la luz y engullir tanto destello microscópico como haya. Muy bien. Hemos reflejado la tormenta, una vez más sobre el espejo opuesto.

Se acumulan las solicitudes y unas cuantas cartas melancólicas, pero, inteligente y tácitamente, se diluyen a traición bajo el descuido. Entonces, no queda nada. El punto inicial se ha perdido. Demasiado sencillo es perder el origen de las cosas si le tememos tanto a darnos la vuelta un rato.

Aquello no muerde, no come. Está congelado y tieso. No exige más respuestas, mucho menos crea preguntas. No tenemos que mentirle, su permanencia es sabia. Pero muy pocas veces somos valientes y damos la vuelta. Sin embargo, perdemos la cabeza por él. Su silenciosa postura ante lo claro y sensato que suelen ser los nuevos encuentros nos aterra. El escalofrío inicial recorre el cuerpo tomándose el tiempo de sacudir el control que ligeramente se aferra a nosotros. Una de las sensaciones más excitantes que vivimos cada cierto tiempo. Las temporadas.

El pánico. El olor permanente a isla desierta y la suavidad con que puede reconocerse su procedencia, a leguas. La terrible facción del deseo y la locura que nos invade, cada vez que permanecemos demasiado tiempo a la intemperie. Bajo la luz.

Al primer recordatorio serpenteante es nuestra piel que cambia de color lentamente y volvemos a engullirnos. Somos antropófagos por medio minuto cada día. Buscamos la sombra interior, la seguimos, volvemos al punto inicial que ya no existe y partimos a un lugar distinto, creyéndonos sabios y nuevos. Más contradicciones, al son de la orilla.

Muy Amarillo.


Mil viajes.

No diré mucho por ahora.

Sólo, una cosa importante.

Winnipeg está en todos lados.

Aquellos días fui muy conciente de ello.

El régimen, ojalá lo entiendas.




Esta fue otra de las cosas que hice con las pelotitas de arena.

martes, 31 de agosto de 2010

Tono y simpatía.

Un previo informal:

Me gusta como lucen estas letras y estas palabras. El proceso de escribir es un asunto que guarda muy poca seriedad. Uno se detiene en una idea y busca plasmarla, fracasando tantas veces como peces tuve a los trece. Quiero acotar que no entiendo por qué demonios siempre necesito darme una especie de preámbulo para hablar de lo que en verdad quiero. Esta característica es para algunos bastante molesta y para mi misma un proceso que ralentiza el aire y lo densifica sin ninguna necesidad. Basta. No más. En verdad escribir constituye una actividad hecha por y para gente con problemas de retraso grave. Lo que yo hago es pensar en letras que traducen lo que logro hilar en mi cabeza. No es lo mismo. Mi hilo es de estambre, se deshace con facilidad y es barato. Varía de color.


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Estar fijo. Ser acariciado. El viento suave, la llovizna. Los tenues rayos de sol, el sentimiento familiar en la nuca. Las carencias que se dejan sentir en las manos. El sueño y la falta de descanso que suavizan lo que hay entre alguna frontera del universo y los ojos. Lo suavizan porque con poco descanso se es menos sagaz, pero quizás más dado a la absorción. Bienvenido seas "día siguiente". Respirar profunda y suavemente mientras el agua riega el piso vegetal. Alimentarse de los aromas y drogarse tan sólo un poco con todo a la vez. Estimularse. De verdad hay muy poco de sexual en cada hecho aislado, pero el conjunto llega a ser seriamente seductor.

Y entonces nacido de lo que (visto desde afuera) parece una azarosidad macabramente calculada, llega el bastardo impulso: ese híbrido entre gatos ágiles que cazan afecto y águilas libres dadoras de coraje. Familiar. Lo veo acercarse taimado en medio de mi calma, y como siempre aguardo su choque. Dejarlo llegar y acomodarse en la zona más inmadura del cerebro, sólo sirve de prueba fehaciente de una debilidad en la (mi) personalidad, tan grande, que luego hay que pasarse meses tratando de huirle al castigo de una eternidad repetitiva. No es símbolo de que se tenga una mentalidad abierta, ni mucho menos un carácter emancipado. En definitiva apoya un comportamiento permanentemente dinámico aunque resulte muy molesto lidiar con sus consecuencias.

Uno está de pie o sentado o dormido y sin poder evitarlo, ataja el impulso en el aire. Lo tiene ahí como una pelotita de luz que pretende ser especial. Su calor quema las palmas de las manos extrañas a él, pero esa sensación de ardor constituye justamente la delicia de la que se nutre el ego hambriento de juventud. Si se presta atención constante y serena mientras la respiración lenta deja que cada célula del cuerpo se deje invadir por el veneno celeste del impulso, es posible sentir las palpitaciones del mismo. Cada uno tiene un distinto paso, una forma peculiar y única de volar sesos y matrimonios, entre otras cosas. Claro que no es gran mérito hacer estallar un matrimonio, bastará con concebirlo en idea y enseguida empezará la cuenta regresiva. Tic, toc.-

Cuando parece que han pasado diez horas, el minutero se mofa del tiempo y lo hace con un desgaste de apenas dos minutos de presente pasado. El impulso titila fresco ahora en todo el cuerpo y no hace falta mucho más que el amanecer para que empiece a vibrar afuera también. Con el primer rayo de sol, despierta luego de consumir todas las energías existentes en la carne que infecta, y pone en marcha como un zombie tras su presa a ese envase de órganos que ahora funciona sólo gracias al movimiento generado por la sed.

Una vez ahí, el resto es de lo que se escriben los grandes libros de romance, locura y crimen organizado. Los misterios más profundos tras las urnas, los muy impresionantes arrebatos de romance tardío, el héroe mejor apostado en el lugar preciso del desenlace. Las conversaciones profanas y las congojas profundas.

Sobretodo, el terror de los besos prohibidos tras los cuales escalofríos de dudas recorren mentes que terminan sumergidas en tormentas inasibles. Cosas de esta índole. Todas ellas con nosotros, gobernadas por objetos del mismo carácter culposo y llamativo.

Menuda cosa mon amour. Digna de unas cuantas cenas silenciosas a tu lado, o a tus espaldas, y unos diez minutos de buena comedia. Si supieras que siempre te dejo una pista por ahí tirada, no tendría sentido. Armarías todo y matarías mi impulso.

domingo, 29 de agosto de 2010

Delicioso Cadáver.

No me quieren abrir la puerta- comenta exasperado el espermatozoide.

Salir a caminar con el mismo ritmo y cadencia, a diario, puede apagar ciertos estímulos

Y como nunca estamos en la lista.

Y suena cómodo, pero es difícil cambiar el modo de caminar luego de años de práctica.

Me ataca la nostalgia cuando me ofreces duraznos.

¿Renovar el impulso de probar nuevas cosas dependerá del modo de caminar? No lo sé pero

El maravilloso número dos.

Pero si uno se enfoca, el andar determina al menos la postura ante lo que está adelante

Cuesta lo que vale, comprender el estado natural de las cosas. Sino, cómo me explicas este jardín?

Sin embargo es aburrido el tema a menos que se le vea rítmicamente, por ejemplo:

Somos voces.

Caminar a paso constante es musical pero convencional. Actitud de vida cómoda y ligera.

Hagamos negocios. Tú pones el sol y yo te admiro durante mucho, cada día. Invitaré a mis amigos a conocerte y presenciar tu evolución diaria. Haré anotaciones. Vigilaré tu estela.

Caminar entrecortada y torpemente: símbolo inequívoco de gran lucidez y sapiencia.

Mi nombre es Dolly.

Pero basta del tema de caminar y demás. Todo es acerca de este momento y su fondo.

Una vez perdí un diente.

Su sabor a almizcle y polvo, que en este preciso caso van bien porque se llenan el uno del otro

Y de repente, como si nada, el mismo aroma a coco quemado volvió a invadir la sala en donde nos encontrábamos. Me distraje, perdí el hilo del juego y con ello, mucho dinero.

No importa si la separación física logra anular el estado. Existir, también tiene pasado.




jueves, 26 de agosto de 2010

Depreciaciones.

Exhorto a las grandes palabras soeces que alguna vez dieron vida a los cuentos más desquiciantes de la historia a que hablen esta noche por mí. Eso sí, por respeto a los lectores, usarán máscaras de carnaval y acento extranjero.

Hoy detesto el vaivén de las cosas.

Otro post desencadenado por un ataque de odio repulsivo a la dinámica de la vida. Sí

Mi pregunta es: Dónde se busca después de que crees haber agotado todos los medios para producir respuestas?

Me explico, o eso intentaré:

¡Alabados sean quienes no necesitan ningún estímulo externo para promover cambios. Benditos!

Yo, sí.

Muchas, millones de cosas resurgen en mi interior y quieren salir, pero ninguna de ellas genera cambios productivos ni situaciones de avance seguro.

Entonces, conociendo este aspecto, siempre he ubicado mi generador de ideas sobre las bases de algún combustible.

La gama de opciones se agota. Siempre las mismas. Tan repetitivas que producen náuseas prolongadas y cansancio desastroso.

Mientras se acrecientan las náuseas, necesito más combustible para callar ese sonido espasmódico de mi estómago por una noche y media mañana. Y todo esto ocurre bajo la descarada conciencia de que, luego de las 3 de la tarde, volverán y ésta vez con más fuerza, hasta volverte nada. Y vuelves a renacer, con cada oportunidad más incompleta.

Qué perverso se vuelve tener conciencia de las cosas. Tener cierto control sobre las situaciones, sin quererlo. Volverse creador. Qué arma y qué filo. Un descaro total.

Querer. Insisto en el colosal alcance de ese verbo. E invito a quien opine lo contrario a descalabrarme por completo. Somos todos partícipes de la longitud de nuestros deseos, concientes o no. E insisto en la conciencia, porque es ahí justo donde se acuestan a dormir las perversiones y el orgullo nato del ser. La delgada línea del culto a uno mismo, justo ahí. Ese poder central, el núcleo del universo individual y la cuna de nuestras ideas vinculadas con lo que queremos, de nosotros, de los demás, de la tierra misma. Y sí, vuelvo al punto en el que explico menos de lo que divago. Rían. No es para menos.

Recuerdo a mi madre decir, siempre: La vida fluye en el sentido que le damos. Claro. Ese es el problema. El bendito descalabro de todo! Tanto deseo escondido y al descubierto, tanta apología en pro del avance propio, tanto mecanismo de defensa disfrazado de cuentacuentos. Tanto control de nuestras vidas nos va a llevar derechito al sumidero. Uso del libre albedrío una mierda! Acá lo que hace falta es control y mordaza.

Qué vengan las deidades a dar lecciones de cocina y promuevan el lavado de cerebros. Yo no me como el cuento del ser humano desprendido. No hoy.

Qué otra cosa hay que demostrar para que creamos de una vez que nos llevamos directo al borde del maldito abismo, una y otra vez. De mil formas, con millones de cambios cada vez, como aparentando reencarnaciones sucesivas y nuevas visiones del futuro. Mucha mierda, y no de la que se desea en el mundo del teatro. Mucha mierda. Nos gusta estar ahí, justo en la línea, haciéndole compañía. Hay quienes se colocan a un lado de ella y miran al horizonte cercano, pretendiendo aparentar total desconocimiento de que la línea, de hecho, está ahí, justo a tus pies y que se encuentran a dos pasos de un nuevo acabar y miles de nuevos comienzos. Nauseas. Otros deciden pararse sobre ella, descuidadamente y con cierto aire melancólico. Concientes del siguiente paso y aterrados por el hecho pero dispuestos a avanzar hacia el gran hoyo.

Yo, me desprendo de la estúpida idea de que, año tras año, hay un crucial momento de trascendencia en el que, cambiamos, crecemos, maduramos y comentamos nuestras anécdotas tomándonos un té junto al jardín. No. Es simple, y acá comienzo a hablar en primera persona, responsablemente: Me acaba lentamente el día a día, no hay cambios notables; me aturden los sonidos repetitivos de cada jornada; me engaño con la falsa idea de una adultez serena, básica, meditada y conforme. Me aferro descarada e impacientemente a mis amigos. Huyo del dolor psicológico. Me quejo constantemente de quienes se van, consciente de que quien se aleja soy yo, siempre. Predico la calma, la serenidad, la sonrisa descuidada y vuelvo a casa cada noche con todas las consecuencias de no seguir mis consejos. Temo a comprometerme, incluso con tonterías, como en un intento desenfrenado de no permanecer, de no defraudar. Mi ego carcome, muerde. Quiero. El verbo de mi estandarte. Se me va la vida escondida bajo la falda del deseo. Si 22 años producen tanta inseguridad, 10 más pueden acabar con un volcán de pureza. Soy la única culpable y en un oscuro rincón a escondidas, me jacto de serlo. El miedo eterno a ser malentendida y juzgada por ello. La cosa nostra de los frágiles. La conciencia, una vez más, aparece, seduce, embriaga y duerme. Y duermo de nuevo, a través de esos miedos, descaradamente orgullosa de que me pertenezcan y feliz de sentir, tanto y tan poco a la vez. De querer, como quiero. De hundirme un rato entre las sábanas y volver ilesa, demandante de una nueva forma de quitarle el polvo a los días y volverlos amargos, dulces y embriagantes. De sentirme. De sentir a los demás, en millones de formas. Las posibles y las que seguiré buscando hasta que así lo sean. Los mecanismos de defensa que serán mi único enemigo a vencer en un ademán de querer ver el interior de todo. Mi mundo. Las siluetas amigas que permanecen allí. Tú. Él. Ella. Mi familia y sus mañas, sus convicciones dispersas y fugaces; las marcas en mi rostro, el descuido del que siempre seré cómplice. Amar, más que querer, cuando lo amerite el goce de las cosas. El mar, que jamás dejará de volarme los sesos de puro salitre y felicidad. Los vicios, las personas. Aferrarme, sufrir y jurar aunque me cueste un año más, aunque vuelva al punto inicial de querer huir a toda costa. La vida, tal como me la he aprendido. Culpable y serena. Llena de todo y demandante de más, de la mano a los complejos. La convicción de no tener convicciones a largo plazo. Los cambios, que nunca son tal. La lumbre negruzca de cada temporada fuera de casa y el desastroso retorno. Los viajes que no me atrevo a emprender y el deseo de hacerlos. Este, todo mi equipaje. Me regalo hoy, que no es mi cumpleaños, una ramita de honestidad. Me siento cómoda, muy cómoda, justo al borde del abismo.


La muy amarilla y frágil guacamaya.

Mañana.



martes, 17 de agosto de 2010

Para desviar la atención, adjetivos.

"Sus rastros me convocan en forma de interrogantes. Tus rastros me convocan en forma de interrogantes."

Olor real a licor cuando recreo (en mi cabeza) el beso oculto y surtes de saliva dulce el querer aleatorio, con tentaciones (en mi cabeza) arrebatadoras.

De cada día que se muestra recargado, algo de su bruma roja se disipa permisivamente. Deja ver un poco más, sólo un resquicio. Fracciones simples de área fértil que son barridas por nuevos ensayos estúpidos y ambiciosos.

Los proyectos son prometedores y sensuales, aunque no en el modo esperado. Húmedos, sólo porque los ojos se mojan previendo el siguiente estímulo no palpable. Es el deleite de todos menos un sentido. Es la satisfacción de todas menos una de las querencias, o dos, o tres. El placer de hacerlo (jugar, digo) es pícaramente adictivo y dibuja siluetas de una clase de perfección que desconocía.

Puedo dejarte tenerme un poco, poseer partes de mi secretamente. Te lo hago saber sin discreción y sin discreción gustas de ello. Te jactas de lo que ya tienes, empapas tus manos.

Bailando a distancia y a la par de la cadencia que has impuesto, camino por las aceras llenas de idiosincrasia del centro de la capital, y en ciertos momentos puedo sentir una de las cuerdas que me has lanzado, halando y suavemente horadando la trayectoria del escalofrío que me recorre desde la nuca hasta la parte baja de la espalda.

Luego viene el contacto que es raro. Tan raro que queda a veces opacado frente a palabras manifestantes o despedidas hechas de anhelo dependiente y una profunda complicidad. Un asunto que parece haber iniciado hace siglos en lugar de hace cuatro "horas".

Las insinuaciones de los otros poco afectan mi ímpetu calmado. La ambigüedad del asunto a veces podría matarme de la risa porque, en general, hablarte jamás ha sido un asunto muy explícito. Visto entrecerradamente, esto se convierte en algo tan valioso como la textura de arena muy fina agrupada en una tibia montaña, a disposición de dedos cansados de mar para su goce.
Si, anhelo algo de tu pasado. No sé que será, pero hay algo ahí que quisiera usufructuar. Será una querencia básica de tenerte de un modo más personal, algo muy humano que no viene al caso.

Quizás lo más curioso sea tu precisión homicida. Cualquier postura que de mi pudiera parecer segura, queda por ella instantáneamente aniquilada. Pequeñeces dirigidas a puntos exactos de mi persona que no conozco, ni quiero conocer bien pero que me hacen delirar. De vez en cuando siento recelo y algo de espanto de que escuches lo fuerte que mi cabeza grita "más".

En cualquier caso no deja de pasmarme el modo en que respondo, con inconcebible sumisión, a los requerimientos absurdos que me dejan seguir unida al engranaje y la manera en que deseo complacer los caprichos. Dicho acto de respuesta bien puede ser un evento visible, tanto como puede ser recóndito y oculto en búsqueda del pedestal tan pocas veces alcanzado de lo imperceptible.

La misma pregunta repetida mil veces tiene siempre otra respuesta. No la diré porque hacerlo sería destruir el hermoso trasfondo de este escrito moribundo.

Es que matar la complacencia así tan bajamente, le quita la diversión al acto de dormir sólo para ver si apareces por ahí y me deleitas. El manto de los sueños encubriendo la fechoría ya cometida.