
Si nos justificamos mutuamente, me atrevo a confirmar, nos colamos entre fluidos ajenos y dejamos de importunarnos con frases caóticas.
Hablando de atar el cable a tierra. Hoy, hace calor. Nada más terrenal que el agudo subir de la temperatura a mitad del día y el destronante y brusco descenso casi accidental con que se deja caer sobre las habitaciones. Casi en reparo de algún descuido o alguna tímida protesta por tanto alboroto diurno.
Un llamado a los brazos del día. Confianza. Caer de pronto, felizmente capaz de creer en el soporte. Disfrutar de la vista al cielo raso sin nubes.
Yara, ta ta.
Por queja conocemos lo eterno y basta con una mirada fugaz al suelo para entender las causas de tanta incoherencia. Nadie quiere caer en realidad. Ni esperar tres días enteros por un sonido concertante. Convertimos todo en un pasamano. Soportes, reposos. Llanuras, qué amenas.
Las razones por las que no podemos controlarnos insisten. Pero hay escasos recortes de propuestas terminales regadas todas sobre el suelo al que nos resistimos. Venir.
Ir, por ende, bastante improbable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario