miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ipso Facto.

El tránsito nocturno obliga a agudizar la visión.

Hay despertares a cada momento: Hace menos de siete segundos, una doliente nota taciturna logró alcanzar mi silencio y lo ha sorprendido. Ese día llegará, querida. Y cuando llegue, permíteme ser testigo de tu felicidad. Es todo lo que puedo decirte ahora.

***

Mientras tanto, obviemos lo obvio y seamos más desesperados.

Coloquemos las manos alrededor del cuello del encanto. Decidamos qué hacer luego.

Si surge el desenfreno, ya habrás cruzado la barrera y serás parcialmente libre, hasta que des vuelta a la esquina.

A saberes, nos tornamos más grotescos cuando apagamos las luces. Vivimos al filo en la oscuridad. A lo interno, sin temerle.

Permanecemos demasiado tiempo a escondidas y luego queremos salir a la luz y engullir tanto destello microscópico como haya. Muy bien. Hemos reflejado la tormenta, una vez más sobre el espejo opuesto.

Se acumulan las solicitudes y unas cuantas cartas melancólicas, pero, inteligente y tácitamente, se diluyen a traición bajo el descuido. Entonces, no queda nada. El punto inicial se ha perdido. Demasiado sencillo es perder el origen de las cosas si le tememos tanto a darnos la vuelta un rato.

Aquello no muerde, no come. Está congelado y tieso. No exige más respuestas, mucho menos crea preguntas. No tenemos que mentirle, su permanencia es sabia. Pero muy pocas veces somos valientes y damos la vuelta. Sin embargo, perdemos la cabeza por él. Su silenciosa postura ante lo claro y sensato que suelen ser los nuevos encuentros nos aterra. El escalofrío inicial recorre el cuerpo tomándose el tiempo de sacudir el control que ligeramente se aferra a nosotros. Una de las sensaciones más excitantes que vivimos cada cierto tiempo. Las temporadas.

El pánico. El olor permanente a isla desierta y la suavidad con que puede reconocerse su procedencia, a leguas. La terrible facción del deseo y la locura que nos invade, cada vez que permanecemos demasiado tiempo a la intemperie. Bajo la luz.

Al primer recordatorio serpenteante es nuestra piel que cambia de color lentamente y volvemos a engullirnos. Somos antropófagos por medio minuto cada día. Buscamos la sombra interior, la seguimos, volvemos al punto inicial que ya no existe y partimos a un lugar distinto, creyéndonos sabios y nuevos. Más contradicciones, al son de la orilla.

Muy Amarillo.


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